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JUEGOS DE PUEBLO. Un cuento de María.

JUEGOS DE PUEBLO. Un cuento de María.

Tuve la suerte de conocer a María y Manolo hace unos años. Les conocí caminando, que es una de las mejores formas de conocer a la gente.

El Camino de Santiago en su ramal del Norte, desde Ribadeo hasta Compostela, ruta preciosa aunque muy mal señalizada. En una de esas jornadas les encontré, charlamos y compartimos algunas risas mientras nuestros pies sufrían.

Andando el tiempo me enteré que María escribe, y que lo hace muy bien además. Ha tenido la delicadeza de prestarme uno de sus cuentos para colgarlo en vitibici. Y como escribe entrañable y bonito, pues seguro que os gustará. Espero que así sea, así podemos pedirla más cuentos. 

 

JUEGOS DE PUEBLO

Como aquel puñetero juego donde una marea humana de niños se agarraba de las manos y todos a una, al paso de una solitaria niña cantaban—a cortar la calle, que no pase nadie— y efectivamente cortaban la calle de lado a lado, riéndose y martirizando a la pobre victima que no sabía donde meterse, alguna vez conseguí zafarme del cordel  escapando por debajo de sus manos enlazadas unas a otras como si fuesen eslabones de una cadena…cuando veías a un grupo medianamente numeroso, lo mejor era optar por dar media vuelta y buscar otra alternativa al camino que llevabas.

Los niños tenían juegos mas brutos (al menos en mi infancia) de todas formas, muchísimas veces compartíamos en buena armonía algunos, como”guardias y ladrones”, donde un par de capitanes elegían dos grupos y recreábamos por todo el  pueblo persecuciones que podían prolongarse en algunos casos durante varias horas, en vacaciones, si tocaba jugar a este invento se nos podía hacer fácilmente de noche.

De cualquier manera había una especie de segregación de sexos, la cosa iba por temporadas pero, la mayor parte del tiempo la división era evidente, la culpa la tenía el tirachinas y sus objetivos, que lógicamente no eran los nuestros… a nuestros ojos ellos eran bruscos, toscos…les divertía perseguir animalitos indefensos, buscaban lagartijas para cortarles el rabo y ver como  después de ser seccionado del cuerpo seguía retorciéndose misteriosamente, meaban en las grilleras para hacer salir a sus habitantes, lanzaban con el tirachinas a cualquier cosa que se moviese…¡no eran nada divertidos, no sabían pasarlo bien!, nos rompían el corro de la patata,  rara vez accedían a jugar con nosotras a este juego y cuando lo hacían eran incapaces de coordinar la rueda, se torcían, corrían mas de la cuenta y al final nos destrozaban la diversión, si jugábamos a la comba nos interrumpían constantemente solo por fastidiar…eran un rollo, encontraban divertido asustar a gatos y perros o perseguir  a  niñas con algún reptil en las manos, me temo que estas maneras eran comunes en el sexo opuesto en todas partes porque, aquí en Badajoz,  mi amigo Manolillo reproducía las mismas aficiones.

Una noche de verano, entre jarra y jarra de cerveza nos contó que en su infancia (que fue en la misma época que la mía) jugaban por los alrededores del Perpetuo Socorro con los restos de medicinas que tiraban del hospital de cualquier manera (eran otros tiempos, se ve que el Ministerio del Medio Ambiente aún andaba en pañales) y hacían pruebas de medicina también con las pobres lagartijas, les inyectaban los restos que quedaban en las jeringuillas para ver cuanto tardaban en morir o para ver si sobrevivían, o para ver que reacción tenían…ellos eran así en cualquier parte…tenían fijación con los animalillos, buscaban ranas para luego soltarlas en sitios inverosímiles para las pobres criaturas, en una calle donde jugábamos un montón de niñas o, en un paseo donde la gente descansaba placidamente…solo por el placer de ver correr o gritar a las victimas ante lo inesperado de la situación…

Recuerdo un día que los niños de mi calle estaban arremolinados en torno a algo que yo no podía ver desde donde estaba, así que despacito y como quien no quiere la cosa me acerque con cautela y disimulo para ver que era aquello que tanta expectación despertaba en los bárbaros…los jodidos pequeños forajidos habían capturado un lagarto enorme y le habían puesto una correa como si fuese un perrito faldero, no pude ver mas porque al percatarme de lo que sucedía corrí calle arriba como alma que lleva el diablo a la seguridad de mi casa, no les di tiempo a que reaccionasen de manera malvada y aunque lo hubiesen hecho, con total seguridad que yo hubiese sido mas veloz que cualquiera de ellos ¡ cuestión de miedos!…y así, entre peleas de amigas, enfrentamientos con el sexo opuesto, juegos compartidos en perfecta armonía… trascurrían los días de veranos en la tranquila quietud cotidiana de mi pueblo…pero si aún me queda por contar….

1 comentario

Daniel -

El hombre es macho ibérico por naturaleza. Igual que los animalitos. Así nos va.