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2 DE MAYO DE 1808

Rescato una parte de este artículo de Arturo Pérez Reverte sobre el bicentenario celebrado el año pasado. Hoy se cumplen 201 años de aquel acontecimiento y este Madrid nada tiene que ver con todo aquello.

 

LA PARADOJA DEL 2 DE MAYO

El próximo viernes se cumplen doscientos años del 2 de Mayo, día en que Madrid se sublevó contra los franceses. No fue, como la historiografía tradicional afirmó durante dos siglos, un alzamiento masivo de toda la nación. Eso vino después, a partir del 3 de mayo. Y con reservas. Las palabras masivo y nación deben ser manejadas con cuidado, como cada vez que se consideran los lugares comunes de la triste historia de España. Lo indiscutible es que en Madrid hubo una sublevación, y que quien empuñó las armas fue la gente más humilde, haciéndose cargo a tiros y puñaladas de una soberanía abandonada por sus gobernantes. Así, el pueblo dio una lección de dignidad y decencia. También dio una lección de incultura política y de fanatismo religioso, equivocándose de enemigo; pero ésa es otra historia. Los hechos son los hechos. El 2 de Mayo, con enemigo equivocado o no, fue una hazaña histórica. Como tal debe recordarse. Punto.

Ese día luchó muy poca gente. Es dudoso que en aquella ciudad de 160.000 habitantes se batieran de verdad más de tres o cuatro mil personas. La aristocracia, la gente de orden, los altos mandos del ejército y la mayor parte de éste se quedaron en casa, mirando. Todo acabó como todos sabemos y como Goya nos recuerda. Pero esa jornada, que podía haberse limitado a una insurrección de cuatro o cinco horas, tuvo notables consecuencias. Hizo que España entera –cada uno a su modo, como solemos, unos voluntarios y otros a la fuerza– tomara conciencia de sí misma, de lo que era desde hacía muchos siglos, y se levantara, solidaria –otra palabra imprecisa, tratándose de españoles–, en una contienda larga y cruel que cambió nuestra historia y la de Europa.

Por eso el 2 de Mayo es tan importante. Porque fue origen del complejo e interesante proceso que vino después, incluida la primera Constitución en 1812. Esos pobres carpinteros, mendigos, albañiles, rufianes, manolas y chisperos, compatriotas de todos los lugares y de las colonias americanas, que se batieron en Madrid, merecen ser recordados por muchas razones: por los 409 de ellos que murieron y los 160 que quedaron heridos, y sobre todo por la lección de coraje que dieron, demostrando un par de cosas: que a la hora de dar la cara los españoles están siempre por encima de sus gobernantes, y que siglos de incultura, opresión eclesiástica, visceralidad y fanatismo cerril nos convierten en principales enemigos de nosotros mismos. Que el resultado final de aquel inmenso sacrificio fuese el regreso, entre vítores, del rey más infame de nuestra historia, no deja de ser españolísima y natural paradoja. Pero cada cual tiene lo que merece tener.

En cualquier caso, insisto: el triste resultado de lo que empezó en 1808 no destruye el mérito de la hazaña. Lo que sí debe hacer es mover a reflexión. Por eso es bueno conmemorar desde la lucidez y el rigor. Homenajear a aquellos hombres y mujeres, recordar lo que hicieron, es objeto de una exposición que acaba de inaugurarse en Madrid, en las instalaciones del Canal de Isabel II. Se titula 2 de mayo de 1808. Un pueblo, una nación, y responde a una ambición concreta y limitada: despojar a esa jornada, en lo posible, de dos siglos de interpretaciones diversas, partidistas, contradictorias y discutibles, recobrando a cambio la narración objetiva, el pulso de la epopeya de un pueblo indefenso que creyó su deber y su dignidad alzarse en armas, y que a partir del día siguiente fue secundado por una nación entera. (...)

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