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En tren a través de Europa

En tren a través de Europa

El viaje quizás no haya empezado ahora, sino hace ya mucho tiempo, hace años cuando salí de mi casa en Valladolid con destino a Palermo gracias a la beca Erasmus. Seguramente fue allí cuando hice la maleta por primera vez para no volver y para no parar. Y es que desde entonces uno ha estado siempre de aquí para allá. He vuelto al menos una vez al año a mi tierra siciliana, y no sólo de visita, sino para vivir y trabajar allí, pero he sido incapaz de quedarme allí, ya sea por un motivo u otro. Además probé unas semanas en Inglaterra después de acabar la carrera, pero no puede quedarme allí. Luego me abrí camino entre el helado norte para después dirigirme al otro extremo, Sevilla, y es que el moverme entre extremos ha marcado los últimos años de mi vida.

 

La etapa actual empieza cuando acaba marzo y dejamos la capital andaluza escapando del agobio que se nos venía encima con la Semana Santa, y es que si Sevilla ya es de por sí a veces agobiante debido a la cantidad de turistas que la visitan a diario, cuando llega el periodo pascual puede dejarte realmente cansado.

 

La primera parada fue Pucela, para familia y amigos, los pocos que allí quedan se merecen una visita. Y aunque la parada fue de un mes no fue del todo agradable, algunos desafortunados hechos nos hicieron llorar por el padre de un amigo. Pero la vida sigue y nos atrevimos con León, de donde nos vinimos con el estómago lleno, que bien se tapea y come por allí arriba, y con Salamanca donde además de ver su monumentalidad vimos como se mueve una ciudad universitaria con mayúsculas por la noche. Festejamos en Villalar ser parte de una tierra dura, seca, áspera, recia pero rica de gentes, historia, cultura, tradiciones y gastronomía, y es que Miriam dice que no se come mejor en el mundo que en Castilla, y por algo será coño! Y por supuesto estuvimos en San Llorente, a ver el paisaje de esos páramos eternos por donde cruza errante el sombra de Caín.

 

De Pucela partimos en tren ya empezado mayo hacía Barcelona. Fueron las primeras 10 horas de tren de nuestro viaje. Allí pasamos una noche entera entre callejuelas del gótico, turistas a mares y sidrerias tradicionales a altas horas de la madrugada donde encontrabas queso cabrales y sidra natural como si de Asturias se tratrara. Pablo y una pequeña legión de ferroviarios hicieron de cicerones en las tabernas más curiosas de la ciudad condal, justo en el centro y en el mehollo pero sin un jodido guiri. Auténtico. Y de madrugada sin tiempo para echar una cabezadita nos vimos en el aeropuerto destino Palermo.

A Palermo llegamos en un pis-pas y es que estabámos ya cansados y el avión nos dio el lujo de echar una cabezadita. Pronto por la mañana aterrizabamos entre montañas semipeladas y un mar mediterráneo que siempre enamora. La sensación de sentirse en Sicilia es única, los aplausos y los gritos de los sicilianos cuando un avión aterriza en Palermo te hacen sentir ya el calor de la gente sin haber tocado suelo. En Palermo nos quedamos en el primer albergue de la juventud de la capital siciliana, no estaba mal, gran cocina, enorme terraza, justo en el centro del casco viejo y con mucha calma porque no había casi nadie. Además no era caro. Lo malo es que está en la calle con bares de la ciudad, donde todos los días hay fiesta y música hasta las 3 o 4 de la noche. Estaríamos pocos días, seis en concreto, así que no había tiempo para relajarse, cada día fue un ir y venir por las callejuelas que más nos hacen sentir del centro, la taberna del señor Popo, disfrutar de una gastronomía privilegiada, sentir el mercado y por supuesto quedar con los colegas. Tuvimos también tiempo de ir a la playa y vernos reflejados en ese mar color paraíso sin necesidad de ir al Caribe o Tailandia, fue el primer baño del año. El último día una boda simpática y muy lujosa, muy movida y alegre, se podría decir reflejo de esta tierra que con poco es feliz a pesar de tantos y tantos problemas. La semana se paso volando y ya un sábado por la tarde nos vimos en la estación de tren de nuevo sin ninguna gana de irnos de esa tierra tan difícil y cautivadora.

El regional nos dejó en Messina, capital del estrecho que lleva su nombre y siempre en pugna con Reggio Calabria, el otro lado del estrecho ya en el continente. Allí en el principio y el fin del caos que supone Sicilia a media noche cambiamos de tren y nos subimos al intercity que nos llevaría a Roma. El compartimento cerrado para seis con asientos que se convierten en una cama improvisada nos dio cobijo y permitió dormir casí toda la noche ya que eramos nosotros dos más un joven indio. Por la mañana temprano ya estabamos en Termini, la estación principal de Roma y la más trasitada que he visto en mucho tiempo. Las horas de espera para poder coger el regional a Perugia no se hicieron largas, estabamos mentalizados para un viaje en tren a través de toda Europa, esto supone muchas esperas, y largas. Finalmente a eso de las tres y pico de la tarde después de haber cruzado un trocito del Apenino central italiano llegabamos a la capital umbra.

 

El paisaje por aquellos lares es realmente bonito. Colinas y montañas medias muy verdes tapizadas por grandes bosques y salpicadas por pueblos y pequeñas ciudades aún medievales en apariencia. Algo digno de ver. Como Perugia, que se asienta en lo alto de pequeñas cimas de una montaña desde donde es posible ver un lujo de panorama siempre verde. Pero no es ese el único atractivo de la ciudad, su aspecto medieval en casí la totalidad de la ciudad hace de ella una de las ciudad más bonitas que jamás he visto, palacios, iglesias, callejuelas y ni un jodido metro sin bajada o subida. Además una vida estudiantil digna de Salmanca o Granada. Cada noche el centro se llena de jovenes en busca de algo más que un paseo. Y lo mejor de aquello es que allí hay dos amigas que he comprobado siguen siendo muy buenas amigas, dos noches en su casa bastabaron para hacer de esos dos días algo especial. Hacía mucho tiempo y a pesar de sus agobios por los examenes fue genial.

 

El viaje continuaba con otro regional de tarde a Firenze, el paisaje seguía igual de verde y atractivo, en la capital toscana nos esperaba un tren toda la noche hasta Munich. Lo mejor de este tren es que pasa a través de la zona má ancha de los Alpes, la cordillera montañosa más espectacular de Europa. Lo peor es que la atraviesa de noche, al menos ese es el que pillamos por conveniencia. Había que viajar de noche para ahorrarse la noche de hotel.

 

Fue el peor viaje en tren en mucho tiempo a pesar de ser un tren comodo. En un compatimento cerrado Miriam y yo nos vimos literalmente aplastados contra las ventanas por una familia iraquí que vivía en Australia y hablaba en el ya olvidado idioma arameo, aquel que habló Jesucristo en su tiempo. Las dos hijas jovenes simpaticas durmieron por el suelo, pero el padre y la madre dormían junto a nosotros, el problema era que entre los dos podrían ganar un campeonato de sumo. Además roncaban que daba gusto. Así llegamos a Munich a las seis y media de la mañana con el sol ya en lo alto y sin haber dormido un minuto. Dimos un paseo hasta el centro y nos metimos a dormir en la hierba del primer trozo de parque que nos encontramos. Pero hacía demasiado calor para dormir como dios manda y solo pudimos hacerlo durante una hora. Después pudimos ver una ciudad muy viva, con un buen transporte publico y donde había muchas bicis, que bueno. Además de ser una ciudad muy bonita donde se respira cerveza en cada esquina. Y es que muchas plazas son lo que ellos llaman “Bier Garten” o jardín de la cerveza, allí cientos de personas cada día que van y vienen hacen un alto en su vida cotidiana para sentarse junto a desconocidos y beberse una buena jarra de un litro de cerveza bavára. Todo un lujo que nos permitió entrablar conversación con una señora que pasaba de los ochenta años y que jarra en mano nos contaba como conoció a su marido hace ya cincuenta años en Sicilia, y la vimos además emocionarse con nosotros cuando la contamos nuestra historia siciliana. Curiosamente ella nos invitó a comer aceitunas y nosotros a pasar un buen rato con la cerveza. Por supuesto la comida consistio en cerveza, salchichas blancas de Baviera y pretzel, unas galletas saladas en forma de lacito que con la cerveza y las salchichas se comen por allí. Al final nos despedimos con un fuerte abrazo y la sensación de que cuanto más viaja uno más aprende de la gente y más privilegiado es de poder compartir una simple cerveza con aceitunas simbolo de la unión de diferentes culturas, mediterránea y germánica.

 

Esa misma tarde repetimos la rutina de este viaje en interrail, coger un tren por la tarde para dormir en él y llegar por la mañana a nuestro siguiente destino, Copenhague. Pero como el cansancio empezaba a hacer mella en nuestros cuerpos decidimos pagar un suplemento para viajar en literas y domir un poco. Desde que salímos de Valladolid habían pasado ya casi dos semanas. En el compatimento charlamos en sueco con un danés muy simpático que hacía por enesíma vez el viaje Bulgaria-Dinamarca en tren por amor a una chica de Sofia. Y por la noche dormimos esta vez sí como un tronco.

 

Tempranito estabamos ya en tierras escandinavas, Dinamarca. Y a pesar de que en principio queríamos habernos quedado un día entero en Copenhague por tener fama de ser una ciudad que merece una visita, el cansancio y las ganas de acabar la aventura en tren nos hicieron coger el primer tren en el que encontramos sitio a Estocolmo. Aún así tuvimos que esperar unas cuantas horas en la estación. Y ahora mismo nos arrepentimos de no habernos quedado allí una noche y un día para ver la ciudad y descansar un rato, ya que cuando llegamos a Estocolmo ya era de noche y el único tren al día que había para Umea, destino final del viaje, ya había partido. Además era tarde para encontrar un hotel en Estocolmo o pensar en nada. Así pues tuvimos que esperar alguna hora más en la estación de Estocolmo, que es sin duda la más bonita que he visto, además de estar en el centro de esta espectacular ciudad, mitad ciudad mitad archipiélago. Decidimos pillar el último tren que nos llevaba hacía el norte de Suecia, un incomodo tren que nos dejaría a las 4 de la mañana en Sundsvall, una fría ciudad escondida en la niebla de la costa del mar Báltico. Allí tuvimos que esperar una hora y media en la estación de tren, era una sala pequeñita, con unos cuantos vagabundos que borrachos maldecían a la policia. Lo peor del viaje fue que desde allí no hay tren a Umea, solo un autobus que en cinco horas te deja en la capital del Norrland, el gran norte sueco. Luego una hora de coche con el padre de Miriam nos dejaría en casa.

 

El viaje fue bonito, intenso y mereció la pena, pero desde aquí no recomiendo el interrail porque cada tren a que uno sube tiene que pagar un suplemento, a veces casi nada, a veces realmente mucho, y eso que el precio del interrail no es nada barato si tienes más de 26 años. Además hubo que reservar un sitio con antelación en la mayoría de trenes a que subimos. Pero es una experiencia haber cruzado España, Italia, Alemania, Dinamarca y Suecia por completo en tren. El paisaje siempre es interesante sea el que sea, sobre todo en el norte sueco, y es que los del sur no estamos acostumbrados a ver durante horas y horas solo bosque de abetos, pinos e inmensos lagos y salvajes ríos, a pesar de que al fin y al cabo vivamos aquí al norte, cerquita del círculo polar.

 

La bienvenida a casa de Miriam, a parte de la acogedora familia, nos la dieron tres alces que estaban pastando junto a la camino de tierra que nos deja en ese pequeño paraíso que se llama Gärde, junto a la montaña mas alta de la zona, Gärdebacken a 41 metros de altura sobre el nivel mar, jaja, y una ría que en unos días nos haremos en canoa. La noche ya es algo que quedó atrás aquí, y el día es continuado, la temperatura es fresca pero al sol se esta bien, incluso en manga corta, los campesinos con tipos rudos, callados pero sinceros por aquí, gente dura acostumbrada a un medio muy duro casi todo el año y nosotros nos sentimos finalmente en casa para descansar unos días antes de empezar a trabajar.

 

No se sí será una etapa más en el viaje de mi vida, pero ha sido de momento la última, y necesito un descanso. Nunca se puede saber que nos depara el futuro, pero de momento tengo ganas de estar aquí, trabajar y relajarme un poco en un sitio privilegiado por su calma, su naturaleza y su aire puro.

 

Desde aquí un abrazo fuerte.

 

 

 

2 comentarios

Daniel -

Joe, parece que fue ayer cuando te di un abrazo en el Peni, despidiéndonos.

Pedazo viaje, vaya palizón. Disfrutad por el círculo polar. Besos a Miriam.

Rober -

O tomamos decisiones o ya la vida se encarga de tomarlas por nosotros. Grande!

Avanti!!