La caña de España

A las cuatro de la tarde los cafés cortados y las copas de coñac menudean en el bar de Paco. Los parroquianos ya se han desperezado de las cabezaditas del telediario. Es hora de sacudirse la galbana y tomarle de nuevo el pulso a la tarde.
La algarabía durará sólo unos minutos, justo lo que aguanta el purillo en la boca. Paco lo sabe. Así es cada día.
Luego, cuando caiga la tarde y los otros se limpien las manos de grasa y apaguen sus ordenadores, Paco tendrá dos barriles de repuesto junto al tiracañas, preparados para ahogar la sed de fontaneros, oficinistas, peluqueras y algún estudiante despistado.
El parado juega a la máquina, inmóvil. Los albañiles, de un mono casi tan azul como el de Alberti, sonríen a la camarera, que es rumana o búlgara. Su mirada no entiende de naciones.
La barra, alta como las de antes, se llena de tubos rebosantes de una espuma reluciente. El humo es ya denso, brumoso.
- Esta tarde no creo que venga Zapatero – piensa Paco mientras ojea el diario – Ni Nadal- una media sonrisa cínica se dibuja en el rostro del tabernero.
Luis, el parado, le despista la lectura. Le está pidiendo cambio de cinco.
6 comentarios
Laura -
raul -
Otra ronda, vamos a por la penúltima¡¡¡
Alfredo -
Un abrazo escritor
Gianfranco -
Gianfranco -
Noelia -